En una embarcación en el limbo de los perdidos
Doncellas cuyo color de cabello era parecido al oro,
Atadas de manos y pies a los mástiles
Siendo víctimas de doradas cópulas
Que enfurece al dios del lucero de la tarde,
Dios monstruoso, apareció con las cuencas de sus ojos vacías
Con un rayo de fuego mortal,
Y en defensa de los pusilánimes marinos
La deidad femenina de la inmundicia
Absolvía a los fieles de sus faltas y pecados
Más el dios de las tinieblas apelando al dictamen
Porfiaba porque su castigo fuese el tedio
y además profirió:
“sólo será una inexplicable desaparición
De un barco más,
el barco número cincuenta y uno”.
N. Mauricio Moreno M.
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